Dibujos desanimados
Oscar Alonso Molina, ABCD las artes, Abril 2006
La animación podría ser, literalmente, el ánima del dibujo; esto es: el impulso que mueve a la vieja disciplina del <disegno> a salirse de sus casillas, poniéndola fuera de sí, furiosa! Así, frente al modelo estanco con que se lo asocia desde la Antiguedad, tan dependiente del momento pregnante (implicado con fuerza en su antes y después) y la captura de la idea esquiva, los dibujos animados están posibilitando al artista de nuestros días formulas para poner en escena hábiles impresiones ligadas a los subsentidos, algunos estados de ánimo casi inaprenhensibles, o asociaciones de vitalidad fugaz. Por ello, como técnica artística suele presentarse versátil con respecto al dibujo tradicional, y ágil, discreta y fragmentaria con respecto a la gran producción audiovisual. Su mismo formato se adecúa a tan elástica naturaleza; basta recordar, por ejemplo, cómo las obsesivas vibraciones digitales de Juan Zamora, infinitamente repetidas, se muestran en pantallas de plasma del mismo tamaño que su agenda de bocetos, o cómo la logomaquia habitual de los <films> de William Kentrigde se retractan lúcidamente al proyectarse en la humilde pizarra donde fueron creados, con una simple tiza.
Por otro lado, la particular formatividad del dibujo animado impone un proceso en el cual lo dinámico y lo estático se enlazan y condicionan; como consecuencia, la temporalidad que esta representación arrastra tras de sí es de naturaleza excepcional dentro de la imagen-tiempo, por cuanto cada impulso que recibe lo narrativo sólo ha podido actualizarse a partir de la <opacidad> del relato precedente. Por cierto, que ligada a esta particular discontinuidad ontológica, en el mundo del dibujo animado profesional se observa otra que afecta a la autoría, pues el artista principal de cada película se encarga tan sólo de fijar las posiciones extremas y las intermedias características, correspondiendo al <animador> realizar todas las demás intermedias necesarias, que, como su propio nombre indica, resultan imprescindibles para la consecución verosímil del movimiento, de la viveza del esbozo.
Fernando Renes (Covarrubias, 1970) es de los artistas de las últimas promociones con su trayectoria más ligada al dibujo, en todas sus vertientes, y las animaciones – a las que se dedica desde 1996- que ahora presenta, después de que algunas se vieran el año pasado en el CAB de Burgos, confirman un mundo formal y temático ya reconocible para el espectador. En lo básico, estas seis proyecciones insisten en el encadenamiento incesante de continuas metamorfosis –donde las formas se transforman sin la mediación del sentido-, cuyo motor, a pesar de las apariencias, no se alimenta tanto del automatismo surreal, cuanto con el deslizamiento de la conciencia sobre la propia superficie de representación.
DISFUNCION VISUAL. Característicamente, esta deriva semicontrolada ha dirigido siempre sus propuestas, pero, sin duda, aquí se ve favorecida de realización, necesitada de repetir miles de dibujos/fotogramas, cada uno ligeramente diferente del anterior. Se diría que el artista lucha antes por desalojar el centro de la subjetividad que por conquistarlo, lo cual no dejaría de resultar interesante si la animación sirviera como registro para corregir esa disfunción visual de verse como uno <es>; sin embargo, el resultado no puede ocultar la arbitrariedad del juego privado.
EXUBERANCIA. Con sus reglas, cada punto del universo puede enlazar rizomáticamente con el más lejano, mediando una exhuberancia imaginal que no conoce otro ralentí ni fijación que ese temblor constante que aparece en todas sus películas: hipnótica estroboscópica consecuencia del proceso artesanal en la continuidad de las secuencias. Al final el vaivén de fondo es tan entretenido como intranscendente, tan frágil como exangue.
Por eso no es de extrañar que la vacua <trama argumental> de uno de los videos encarne el momento de mayor énfasis poético y el más propicio a especulaciones metafísicas de todo el recorrido, con el incesante hacer y deshacerse en pantalla de la frase de Satie: <Todo importa, todo cambia, todo pasa, todo cansa>. Lo cierto es que de allí nos alejamos rumiando la sospecha de que tan sólo una de esas cuatro sentencias termina por imponerse, fulminante, delante de estos trabajos, adivinan cual?