Fernando Renes, EXIT, por Alberto Sánchez Balmisa, 2009

Bocetos directos, sencillos, contundentes. Apuntes nacidos de una imaginación sin límites, en constante ebullición. Esbozos irónicos, concebidos casi como catarsis. Dibujos, siempre dibujos. Ya sea sobre su soporte habitual, el papel, ya sea sobre la pantalla, tras cobrar vida en un ejercicio de infinita paciencia.

Narración y cotidianidad. Vida revelada. Vida contra la que rebelarse. Allí donde el objeto se revuelve y se burla de nosotros, donde nuestra existencia se enrarece y lo siniestro comienza a filtrarse por las grietas de la realidad, las obras de Fernando Renes se mueven inquietas, ajenas a las modas y las tendencias de Mercado. Bebiendo de multitud de referentes, pero sin plegarse a ellos.

Renes convierte sus trazos, a primera vista inocentes e inacabados, en fragmentos de una extraña autobiografía que no duda en presentar en público sus miedos, sus fantasmas, sus estados de ánimo…La actitud del artista se sitúa próxima a la búaqueda surrealista de lo maravilloso, de la prolongación más insospechada de la realidad. Una realidad que el artista vive, sufre y experimenta en primera persona a través del dibujo. Buena muestra de ello sería su serie Dibujos de un hermafrodita, realizada tras la mudanza del artista, en 1996, a Nueva York, donde todavía reside, que narraba sus primeros sentimientos a su llegada a la ciudad de los rascacielos. Pero también esas inquietantes obras Sin título realizadas con anterioridad al establecimiento de su residencia en los Estados Unidos, en las que criaturas antropomorfas se recortaban sobre un fondo neutro y configuran una interesante reflexión sobre la soledad y el aislamiento del individuo contemporáneo.

El artista se redime de sus obsesiones y sus angustias mediante estos apuntes, ventanas abiertas a una existanecia arrebatada. Sin embargo, no hay espacio aquí para el lamento, y menos aún para la autocompasión. Más bien al contrario, pues el autor demuestra una extraordinaria capacidad para dominar el caos, para levantar, desde la ruina de nuestro día a día, relaciones inesperadas, chistes sagaces, hábiles juegos de palabras e imagines, como ocurre en I Hate Metaphors (2001) o en I Love Hiking (2002). El dibujo recobra su aliento perdido al imaginarse como un posicionamiento crítico, como una herramienta para la construcción de microrrelatos.

Una voluntad narrativa que se reafirma en sus trabajos en el campo de la imagen en movimiento, con creaciones como Couch Grass-Grama (2000), Everything Matters-Todo importa (2001), ó 14 (2004). Obras que surgen como producto del registro de miles de bocetos –proceso que puede prolongarse durante meses. Obras, que sólo en su fase final, durante su edición, cobran vida y demuestran que tinta y acuarela, papel y pantalla, no pueden seguir siendo considerados como técnicas o soportes menores, sino como dispositivos de intervención sobre una realidad en continuo cambio.


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